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- 117 - ponder a la objeción que hacía el vulgo, por las miserias qtie la invasión de los bárbaros había sembrado en las provincias romanas, diciendo que Dios no se preocupaba de los asuntos terrenos y sólamente así podían explicarse las tribulaciones de los ~religiosos» (católicos) romanos. El autor no se contenta con la observación de que Dios reserva la recompensa para el futuro juicio, sino que la encuentra ya en rl presente; ·a este fin, después de haber probado en ios dos primeros libros la existencia de una providencia, con argumentos de razón, his– tóricos y bíblicos, traza un cuadro espantoso del estado moral de los católicos romanos, poniendo de relieve la inmoralidad de sus teatros y circos, y su falta de caridad para con los me– nesterosos. Hace notar que los bárbaros eran excusables, por– que, como paganos (sajones, francos y hunos), no conocían la ley de Dios, o como herejes (godos y vándalos), la cono– cían en forma adulterada; pero que aun así eran más honestos y más compasivos con los pobres, y loE goctos en particular, tenían mayor confianza en Dios. Así que la ruina política del imperio romano era un castigo de Dios muy merecido, y una prueba irrecusable de que Dios gobierna el mundo con su providencia. Con rara despreocupación religiosa y nacional llega, pues, el autor a vislumbrar la importancia histórica de los germanos.-La exposición es difusa y fatigosa por las re– peticiones que contiene, pero no está desprovista de cierto entusiasmo. El estilo correcto y fluído trae a la memoria el de Lactancio. § 51. Poetas latinos. Aurelio Prudencia Clemrnte es el más célebre ehtre lo~ dos los antiguos poetas cristiano-latinos; él mismo trae datos y noticias de su vida en el p ó!ogo a la colección de sus poe– tas. Vástago de una distinguida familia española, probablemen– te de Zaragoza, recibir la instrución retórico-jurídica que se acostumbraba dar a los jóvenes en Occidente, yno supoperma~ necerlimpio de pecado. Más tarde fué nombrado funcionario del Estado, y al llegar a la edad madura se retiró a la soledad para dedicarse única y exclusivamente al servicio de Dios. En aquella época de su vida partió para Roma, y visitó los sepul– cros de los mártires. Murió por el 41 O en España. Prudencio debió a Ambrosio la piimera incitación a la poe-
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