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- 104 - mana en sus -{elaciones con Dios, de la doctrina sobre la na– turaleza y la gracia. De su modo de sentir genuinamente cató– lico es elocuente prueba el hecho de que ningún escritor teológico ha sido tan seguido como él en las sentencias ofi- • ciales de la Iglesia, lo cual se ha de entender especialmente respecto a la doctrina de la gracia, sin que con esto queramos decir que la doctrina de la Iglesia católica sobre la gracia sea idéntica en todos sus puntos con la de Agustín. . Personalmente era Agustín de carácter amable y de tem– peramento vivo y animado. Si él con el recurso al «Compelle intrare» de San Lucas (XIV, 23 excitó al poder civil contra los donatistas, no lo hizo movido en manera alguna por malig– nidad de sentimientos, sino en vista de la extraordinaria vio– lencia de lo;:; cismáticos, y por el celo que le devoraba por el bien y provecho de la Iglesia católica. • Que os odien », dijo en cierta ocasióu a los maniqueos (Contra epis. Manich. 11, 2-3, «aquellos que no saben cuánto trabajo cuesta hallar la verdad,y cuán difícil es librarse del contagio de los errores. • (l) Habla muy alto en favor de sus buenos sentimientos la repe– tida protesta de que deseaba para sus escritos una crítica franca y sin miramientos, y de que no se le.siga a ciegas, sino después de un detenido examen (2). También fué Agustín el predicador más grande de todo el Occidente, como Crisóstomo lo había sido del Oriente, aun– que hay notables diferencias entre los dos. Los sermones de Agustín eran generalmente breves, a menudo no duraban más que un cuarto de hora; los pensamientos que desarrolla son de carácter abstracto y filosófico; desdeña los ejemplos, y hace pocas aplicaciones a la vida práctica. En todo su discurso tra– ta, con estricta sucesión lógica de ideas, un terna severamente definido, rebosando su contenido de antítesis, juegos de pala– bras y modos de decir retóricos, lo cual requiere mucha aten– ción y trabajo intelectual por parte de los oyentes. Su lengua– je es extraordinariamente suelto y enérgico, pero algo afecta– do, especialmente en sus discursos. Es muy digna de tenerse en cuenta aquella máxima suya que tanto le honra: Mihi pre– pe semper sermo meas displicet (De catech. rud. 11, 3). 5. Ningún Padre de la Iglesia ha dejado tantas obras como Agustín, y el que más se le aproxima también en este = - (1) Véase a Boissier, La fin du pagan!sme I, 88-92. (2) De Tr!n. III, prccem. 2¡ De dono perseverantlre 21, 55.

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