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- 102 - to de viejas », y por eso se pasó a los maniqueos, atraído por la promesa que hacía aquella secta de conducir a los hombres hacia el saber, en cuya secta permaneció por espacio de nue– ve años en calidad de aaditór. Mónica lloraba amargas lágri– mas por los descarríos de su hijo, pero un obispo la consoló con estas palabras: «No es posible que se pierda un hijo de tantas lágrimas •. Al tercero o cuarto año de estudiar en Car– tago, abrió Agustín, primero en Tagaste y después en aquella ciudad, una escuela o cátedra de elocuencia. Cuando se halla– ba a punto de ausentarse de allí, una conversación con el obispo maniqueo Fausto de Mileve, le hizo abandonar la sec– ta de Manes; Agustín comparaba a aquel obispo con un hom– bre que acercase a los labios de un sediento una copa de oro, pero vacía. 2. El año 384 se embarcó con rumbo a Roma, pero no permaneció allí más que medio año, porque por mediación de Símaco, prefecto de la ciudad, obtuvo una cátedra de retórica en Milán; en esta capital se le juntó de nuevo su madre, y allí contrajo íntima amistad con su antiguo discípulo Alipio, natu– ral también de Tagaste. Agustín asistía a los sermones de San Ambrosio, aunque más que nada por su forma retórica; leía escritos neo-platónicos, que le ayudaban a perfeccionar su co– nocimiento de Dios, y amaba ya la persona de Cristo en los Evangelios, pero no sabía decidirse a seguir la angosta senda de la Cruz y a desprenderse de los lazos y cadenas de la sen– sualidad; por eso no salía de catecúmeno. En cierta ocasión en que la lucha en su interior entre la gracia y la concupis– cencia era más reñida que nunca, oyó en el jardín la voz de un niño que le decía: Talle, lege; y abriendo la Epístola de San Pablo a los Romanos, leyó en el cap. Vlll, 13 y sgs. aque- 1'.as palabras: «¡No en glotonerías y embriagueces.... , mas n v2stíos de nuestro Señor Jesucristo! » El lazo estaba ya roto: en otoño del 386 renunció a su cátedra, se retiró a la hacien– da de un amigo suyo en las cercanías de la ciudad, y al em– pezar la próxima cuaresma solicitó el bautismo, que recibió el Sábado Santo del 387, junto con su hijo Adeodato y su amigo Alipio, de manos de San Ambrosio. Hasta entonces (son sus palabras) había andado por la periferia, pero al fin había en– contrado el centro al cual tendían sus aspiraci9nes. Pocos meses después emprendió el viaje de regreso a Africa, enfer– mando y muriendo su madre en Ostia, donde fué sepultada; también murió Adeodato poco tiempo después.

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