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- 97 __: . como Blasilla, hija de ésta, muriese en la flor de su edad, se excitó el pueblo contra el ddestabíle genus monachorum, que con sus ayunos había sido causa de la muerte de la benéfica dama. Por esto determinó Jerónimo abandonar a Roma, y él 385 se embarcó con rumbo a Antioquía; Santa Paula y su hija Eustoquio le siguieron para no abandonarle nunca. 3. Viajaron juntos hasta Egipto, donde visitaron las mo– radas de los mon}es del desierto de Nitria; de allí pasaron a Palestina, y fijaron definitivamente su residencia en Belén el año 386. Más tarde, a expensas de Santa Paula, se edificó al lado del pesebre donde había nacido el Salvador, un conven– to de hombr~s bajo la dirección de Jerónimo, y otro de muje– res bajo la dirección de Paula, además de algunos hospedajes para peregrinos. En aquel tiempo desplegó Jerónimo una actividad prodi– giosa; estableció en su convento una escuela, en la cual ins– truía en la literatura clásica a los hijos de las más distinguidas familias; se perfeccionó en la lengua hebrea por medio de las lecciones qne recibía muchas veces de noche , de boca de ra- . binos eruaitos, y comenzó el estudio de la lengua aramea, lo– grando entenderla; también enseñó por sí mismo los elemen– tos de la lengua heb¡ea a Paula y Eustoquio, y se dedicó ade- más a muchos trabajos literarios. -, Las cartas que escribió en los primeros tiempos de su es– tancia en Belén rebosan la más cordial satisfacción y conten– to; pero no tardó mucho en perturbarse aquella calma, llegan– do hasta allí los vientos de la lucha origenista, que Epifanio había suscitado en Jerusalén. Jerónimo, que en un principío era tan apasionado de Orígenes, se puso el 392 al lado de Epifanio, y con tal motivo empezó una acérrima polémica li– teraria, no sólo con el obispo Juan de Jerusalén, sino también con su amigo de juventud Rufino. Más tarde, el 411, surgió la controversia pelagiana, que se propagó a Palestina por haber– la llevado allí el mismo Pelagio en persona; entonces Jeróni– mo se puso de nuevo en abierta hostilidad con el obispo Juan y a favor de San Agustín , con peligro aún de su propia vida, pues el año 416 una cuadrilla de arrianos puso fuego a sus conventos, maltrató a sus moradores, y Jeíónimo escapó de manos de sus enemigos apelando a la fuga. Aunque agobiado por el peso de los años y la fatiga, conservó Jerónimo su vi– gor de espíritu, y siempre estuvo dispuesto a luchar en pro de la religión hasta el instante de su muerte, acaecida el 30 de

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