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Envuelto está el Guadarrama en su velazqueño chal, y. Madrid, paradoxal, a la meseta le llama con luces de saturnal. El aire puro, hialino, hace un alto en el camino entre la sierra y la urbe, y reza, cual peregrino sin que el viajar le perturbe. No así yo, Cristo endormido, que me siento ya rendido de empezar y no acabar, y llevo dentro escondido no sé si un gozo o pesar -¡es una casta alegría!- de saber que cada día hay más profunda verdad en la grave melodía que es nacer a eternidad. Tú eres mi Dios, bello y vivo, que, por el arte cautivo, en arte quedaste quieto por gozar el incentivo de tu dolor tan secreto. Dame la calma de oír; dame el silencio que reza; dame la arcana belleza de pensar y sonreír con angélica entereza. 69
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