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En tercer lugar, nacen las instituciones. Los hermanos han aclarado los objetivos de la vida común y los medios que tienen para asegurarla. Todo ello hay que ponerlo por escrito y se le encarga al fundador, aunque apoyado por hermanos relevantes. Así nacen las Reglas o Normas de vida. La animación empieza a centrarse en la Regla, a costa casi siempre del fundador, que pasa a segundo plano. Unas reglas que suelen invitar a pasar del Evangelio a la vida y de la vida al Evangelio. Para que no todo sean rosas, cada fundación tiene sus espinas, su contrapunto: sacerdotes indignos, traidores y traidoras, historias de envidias con delaciones.injustas a la autoridad, persecuciones, difama– ciones, y un largo ecétera. 3. El verano. El fruto máximo del verano de la comunidad es la muerte del fundador, que lega su espíritu a sus hermanos, su forma de animar aunando libertades, abriendo caminos nuevos, haciendo presente al Señor de todos y Señor de la vida del grupo. Los fundadores suelen morir jóvenes: de cuarenta y seis (Francisco) a sesenta y cinco (Ignacio); los longevos como Ligorio y Calasanz acaban siendo un pesado lastre para su fundación. El fervoroso testimonio de vida atrae a muchos seguidores. La orden, que ya está oficialmente reconocida, piensa reestructurarse ante las nuevas necesidades del número de componentes y sus compromisos; pero surge la tensión entre los que defienden la Regla y su aplicación a ultranza y las nuevas geneiadunes que desean su adaptación a los tiempos. El animador, que no tiene por qué ser necesariamente el superior general, es aquél que sabe leer la Regla con el espíritu del fundador y de los primeros hermanos, adaptándola con perspectiva histórica a las necesidades actuales. Si no lo hace así, el instituto morirá pronto. Lo mismo sucede, cuando ceden su tarea a un técnico, confundiendo 87
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