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En el n. 165 se pide el esfuerzo de crear un clima de buena colabora– ción y relación entre el superior y los supuestos súbditos. Es cierto que pueden surgir conflictos de opinión, pero deben ser resueltos a la luz de esta obediencia caritativa 69 • 6. Para terminar A pesar del gran peso jurídico que puedan tener nuestras Constitucio– nes, creo que el gran descubrimiento que nos han traído es el de hacernos ver que la autoridad, dentro del carisma franciscano, debe ser entendida como servicio. El hermano que desarrolle este servicio debe sentirse enviado. Reconocer esta expectativa y aceptarla con todas las conse– cuencias que de ella se derivan es aceptar el cargo con toda humildad. Y aceptar el cargo se traduce en dar su tiempo para escuchar a los hermanos, valorando sus cosas y facilitando lo mejor para cada uno de ellos y para la fraternidad, ya que el servicio fraterno no se hace sin una entrega de sí mismo. El responsable de la Fraternidad se tiene que dejar afectar por los acontecimientos, y por sus hermanos, para ser sensible a los signos de los tiempos y, sobre todo, al Espíritu que llama a nuestras puertas de muchas maneras. Con esto queremos decir que la autoridad, en la vida franciscana, no debe ser considerada desde la perspectiva del poder o de los privilegios. Tampoco se trata de que el superior local sea el criado de todos; más bien se trata de que cada uno asuma su papel dentro de la Fraternidad, siendo el guardián el catalizador y dinamizador de todas las actividades de la casa. En realidad, el principio lo tenemos claro. Pero las dificultades llegan en el momento de aplicarlo en el día a día de nuestra existencia fraterna. Cada uno de nosotros, con su historia personal, ve la función del superior local de una manera o de otra. Las experiencias vividas suscitan modos de reaccionar que hay que saber situar correctamente. Habrá hermanos que arrastren una imagen negativa de los superiores locales, que se 69 Cf. Admonición 3. 56

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