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que nos constituye y de la que, necesariamente, surgirá la dimensión conflictiva, que encontraremos en toda comunidad humana. El nuevo tipo de comunidad a la que queremos abrirnos, hace necesario el aprendizaje de nuevas destrezas a las que en otros tiempos estábamos poco habituados: Diálogo y comunicación, manejo de los conflictos, corrección fraterna, discernimiento comunitario, etc. Sólo así lograremos la superación de la comunidad de mera observancia externa, sin compromiso y relación personal fraterna o la comunidad de autorrealización en la que sólo se busca un instrumento para cultivo del individualismo. 5. La repartición del poder: Es muy importante provocar y motivar una actitud de compromiso de todas y cada una de las personas de la comunidad, haciéndolas conscien– tes de su valía y unicidad personal, para aportar cada cual lo que tiene e influyendo desde su ser en el proceso colectivo de la comunidad. Esto quiere decir que haya una adecuada repartición del poder o de los roles en la comunidad. Si analizamos el funcionamiento de una comunidad, vemos que, frecuentemente, adolecen de esta patología: el monopolio del poder -en el sentido de la capacidad de influir en la marcha del grupo, no de dominio de unos sobre otros que, evangélicamente no puede tener lugar en el seno de una fraternidad-. Con frecuencia, en efecto, el poder, como capacidad de influir, está en manos de determinadas personas -los líderes- que, por lo demás, no siempre coinciden con los que oficialmente representan a la autoridad. El resto de los miembros toma una postura de cierta pasividad, esperando que sean esas personas las que tomen la iniciativa, den la información, aporten el saber. La iniciativa, la información, el saber, la decisión y tantas otras cosas que influyen en un grupo, deben estar al alcance y uso de todos. Todos deben ser líderes aportando aquello para lo que sirven. Es la única manera 112
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