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porque tampoco se consigue gran cosas disparatando. Nos contaban que algún campesino arruinado por las pérdidas de sus cosechas salió a disparar contra Dios. O bien nos salen o escuchamos blasfemias espantosas. Ninguna como la de Job que maldijo su concepción, su nacimiento y hasta la luz del sol. Estos desahogos pueden ser hasta frutos de una Fe que de golpe se atrofia. Esos y otros fallos los vino a anular Jesús, porque es claro que en las blasfemias y herejías seguramente que no se sabe lo que se hace. Es imposible destruir o maltratar a Dios. Y al fin, cuando escampa la tormenta vemos el arcoíris del perdón y las soluciones llegan. Pablo enseña la fórmula que empleamos en el inicio de las misas: La gracia de Jesucristo, el amor del Padre y la Comunión del Espíritu Santo esté siempre con nosotros. III. Mat. 10, 26-33. Las amistades, las uniones conyugales, los compromisos en general son como los cristales de amplia resistencia. Todos tienen un punto flaco. Pueden resistir pisadas de elefantes o de maquinarias, y sin embargo en un momento dado, cuando el envase choca en algo o es chocado, estalla en infinitos pedazos. Por eso alardear de la calidad y resistencia de los propósitos ya lo rechazó Jesús cuando a Pedro le auguró que al canto de un gallo le negaría tres veces. Hoy las marcas presumen de garantías. Pero también sufren y se deterioran. Y las personas, al son de los ruidos, también pueden quebrarse. El que desafíe la debilidad no es fuerte de veras. Y quien convierte la transgresión en adelanto se sale de la programación bautismal. Vino Jesús a tocar el problema del miedo a los 83
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