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de sujetos que deambulan por calles y lugares raros, exigiendo ayudas y explotando a otros, muchas veces sus compatriotas extranjeros. Y produciendo sonidos y prédicas demoledoras contra las creencias y las decencias. El fin del mundo está en los efectos que producen los haraganes y falsos profetas que acaban con la ilusión de muchos que imaginan liberaciones al sustraerse a lo religioso y a lo legal. A los tales es preciso ayudarles con la oración y el ejemplo, y si son de la familia, hace falta la conversación y la autoridad. Una gran parte de las familias que se rompen han caído en la trampa de la mítica libertad. Y luego lamentan las cargas que les caen encima. El amor es la mayor carga y la mayor fuerza. Domingo XXXIV, C. Cristo Rey. 2010. I. 2º Sam. 5, 1-3. Se nota en la Biblia una predilección enorme por el Rey David, de modo que se ha convertido para nosotros en inspirador de títulos para Jesús de Nazaret. Dice el ángel Gabriel: tú hijo se llamará Hijo de David y reinará para siempre. Evidentemente David no reinó después de muerto. Y su reino dejó de existir por la desaparición de sus muchos herederos, uno de ellos en tiempos cercanos a Jesús. Igual se puede decir que se compara el pacto de Dios por Cristo con nosotros, tiene resonancias de aquel pacto que hicieron con David las doce tribus en Hebrón, ungiéndole rey de todos los hebreos. O sea, que subyace la idea de un Cristo Rey a lo grande. Y sin embargo al fin todo se resume en que Jesús entrega a su Padre un reino o un mundo de Justicia, Amor y Paz, que es lo que nos interesa. Y para que ese reino sea entregado al Padre debe Jesús conseguirlo en nosotros. Justicia, 397

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