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supone que ese mal no es fruto de la temeridad ni de la soberbia. Muchas vidas han mejorado porque les sucedió un mal, y muchos han perdido la fe por otro mal. De todas maneras Dios no se enfada porque le reclamemos, ni se engríe porque lo alabemos. III. Luc. 18, 9-14 Pasando al Evangelio hallamos dos orígenes del mal: la soberbia de la vida que manifiesta el saludable fariseo y la ruindad social del publicano. Uno quiere ganar el cielo pagando primicias de todo y lavándose las manos después de cualquier actividad. No ayudará el fariseo a los publicanos porque son pecadores públicos. Y los publicanos, generalmente ricos, se sienten excluidos por su oficio de cobradores de impuestos. Padecen un mal social bastante discriminatorio. "No soy como este publicano". Y así no hay grupo donde no haya fariseos y donde no existan publicanos. Cada cual se enfrenta a Dios con ánimo valiente. Uno es más bien valentón, el fariseo, porque presume de tener varios ases en la manga para comprar a Dios. El publicano quiere ganar a Dios ofertando su pobreza espiritual. Y en la caso de Zaqueo, devolviendo todo lo mal adquirido. Hay muchas cosas mal adquiridas. Y resulta que al humilde le acepta Dios y no al presumido. *** Domingo XXXI C, Octubre de 2010. l. Sab. 11, 23-12,2 Nuestra creencia tradicional es que Dios está en todo, con la mejor voluntad. Confesamos que todo tiene su origen en su voluntad de expandir su bien, porque el BIEN ES DIFUSIVO, o sea tiene como necesidad de 390

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