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los mejores emperadores de Roma, cuando acababa su trabajo, buscaban tiempo para las orgías. Es la concesión a lo salvaje. A lo sin medida, sea en botellón, sea en citatorio. Estos desórdenes son ahora cumplidos por las gentes sencillas igual que por los poderosos. Hoy están al alcance de la mano y de muchos bolsillos el uso y abuso de drogas, que son como el colmo de las desgracias. Pensar que personas que se preparan para responsabilidades a todos los niveles necesiten de estos abusos para relajarse y sentirse bien hasta tirados en cualquier sitio, es para agarrarse a la historia, porque nada hay nuevo debajo del sol. Amós era un cultivador de higos y de vmas, seguramente habitante en la frontera entre los dos reinos, padecía el desorden que padecen hoy los ciudadanos a quienes toca ser vecinos de estos lugares de ruidos y copas. Quizá la orgía sirva para olvidar penas y problemas. Pero causar problemas a los demás nunca es justo. Y dice este rural profeta que aseguró no ser posible dolerse de los desastres de José, en referencia a las tribus del Reino de Samaría. Las trampas eran constantes en todo. Por eso los israelitas samaritanos irán al destierro. Y así acabarán las orgías de los disolutos. Hoy este sermón sonará a inoportuno, políticamente incorrecto. Solo se proclamará en las soflamas contra los adversarios. Los que hablan de corrupciones en los otros jamás confiesan sus excesos llamándolos orgías. Es solo pecado ajeno. Cuando estaban rodeados de enemigos, se dedicaron a matar sus penas consumiendo todo en orgía tristísima. Comamos y bebamos que mañana moriremos. En orgías 379
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