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constantemente a otro más seguro, como el propio señor Jesucristo que tanto supo de cansancios y agobios. *** Domingo XXIV C. 12 Sep. 2010 I. Éxo.32, 7-11. 13-14 Dios tiene sus desahogos con los amigos más especiales. Cuando Moisés guiaba a su pueblo hacia la tierra señalada por Dios, se encontraba con rebeldías, con proposiciones de volverse atrás, recordando las ollas de Egipto y levantando otra vez altares a los dioses egipcios. No estaban convencidos de que el Dios revelado a Moisés fuera en verdad tan generoso con ellos como para asegurar que de verdad los protegía. El maná, el agua, y las perdices no eran precisamente tan demostrativos del amor de Jehová. Y este Dios llegó a desencantarse. Era la segunda vez que le llegaba el enfado hasta pensar en aniquilarlo. Ya había dicho antes del diluvio que sentía arrepentimiento de haber creado a la humanidad, y de hecho la dejó esquilmada, dejando a unos pocos como dueños del mundo. Y en otro enfado terrible destruyó a Sodoma y Gomarra. Pues en este caso, al gentío que iba para Tierra Santa, también le apetecía diezmados, dejando a Moisés y unos pocos la ganancia que les aseguraba. Moisés tenía educación principesca: fue testigo de los maltratos del Faraón, y por eso sacó a los Israelitas de Egipto. Experimentó la rebeldía y la ruindad de su gente que veía el futuro con poca claridad. Moisés y Dios se ponían de acuerdo para sí y para no, sin contar con ellos. Y hubo varias rupturas, y varios castigos contra los rebeldes, hasta cansarse y decir hasta aquí llego. Y entones Moisés, el que llevaba el programa y las 372

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