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III. Luc. 14, 25-33 Los enigmas son recursos oratorios y doctrinales para mantener en vilo a los adormilados y confiados. A Jesús le encantaron los enigmas: Para ser su discípulo hay que renunciar hasta a uno mismo, y a sus padres, y hermanos y hermanas y a cuanto tiene. Hay que llevar la cruz de cada día. Hay que morir para resucitar. Y al revés: venid a mí los estéis agobiados y cansados y yo os aliviaré. Jesús se sintió a veces cansado y agobiado. Y en el huerto llegó a la vera de la desesperación. Y allí vino un alguien a animarle. "Si no puede apartarse este cáliz sin que lo beba, hágase tu voluntad". El recurso al Señor supremo, y más si es Padre, no viene necesariamente para que nos quite la cruz o el cáliz sino para que nos ayude a interpretarlos. Hay quien logra interpretarlos, como el mismo Jesús. Otros muchos lo tomarán o tomaremos como signo de una fatalidad. Pero eso no arregla el problema, porque si lo estarnos heredando en los genes o en la idiosincrasia, lo que hace falta es conseguir la curación y en ese caso pudiera Jesús, viendo el futuro, señalamos el camino de la medicina o de la sicología. Las cruces retorcidas pueden podarse y las violencias pueden disculparse. Uno siempre hace lo que sabe pero no siempre sabe lo que hace. El saber es un acto de sabiduría, que se consigue con estudio, introspección y asesoramiento a tiempo. Cristo es un asesor especial. Y con su presencia legiones de personas aparentemente destinadas a las desgracias, logran metas aceptables, como la joven Teresa sumida casi en la muerte, salvada por su padre llegó a ser Teresa de Jesús. Probablemente el mayor misterio sea uno para sí mismo. Por eso recurrimos 371

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