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La salvación mundana es perdición, porque todo es vanidad. La salvación consiste en morir al ritmo que nos marque el tiempo y sus circunstancias. Y parece desaconsejar la ligereza de decir calificativos sobre las personas. Incluso la definición que se da uno a sí mismo está sujeta a un alto porcentaje de vacuidad. Ni es agradable definirse como infusorio, como lo hacía un muy estimado hermano, ni tampoco imitar al lorito que se gloriaba de santo. "Calle el bicho y no eche plantas, que si cantas lo que sabes, nunca sabes lo que cantas". *** Domingo XIII, ordinario C, 28 Junio 2010 1º Rey. 19, 16b. 19-21 No están lejanos los tiempos en que nos parecía a los que escuchábamos a los profesores, que la Iglesia tenía facultad hasta para definir el números de estrellas. Y por supuesto la potestad suprema en pensamientos, palabras y obras sobre los fieles y clérigos. Se presentan hoy dos Profetas verdaderamente extraordinarios. Pudieron quitar y poner reyes, condenar a sequía a un reino, masacrar a los profetas de otros dioses, y luego subir al cielo en carroza triunfal. Supongo que esta historia en gran parte es exagerada. Pero esencialmente es verdadera. Ahora bien: ¿quién los eligió? A Elías lo escogió Dios a dedo y a Eliseo lo escogió Elías cuando araba su tierra. El oficio de Ambos fue defender al Dios de Israel. Ello suponía la existencia de dioses falsos, a los que los reyes ofrecían inciensos, templos y sacrificios terribles. Elías fue favorecida con ver las espaldas de Dios. Y oír a Dios definirse como el misericordioso. Pero Elías no aprendió la lección. Nada de misericordia con los herejes. Y así en la historia del Cristianismo los 338

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