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Domingo XII ordinario C, 21 Junio 2010 I. Zaca. 12, 10-11. 13, 1 Este profeta es el penúltimo de la fila de profetas menores. Pero tiene muchas páginas y dice que el Señor derramará un espíritu de gracia y clemencia sobre Jerusalén. Sin duda ocurrió algo luctuoso de lo que se arrepienten y mirarán al que traspasaron y harán llanto como se llora al primogénito, que además es hijo único. Habrá un luto grande en Jerusalén, como el día en que un rey fue asesinado por ir imprudentemente a la guerra. No hace falta esforzarse mucho para ver en el relato un posible calco de lo que ocurrió el día de la muerte en el Calvario. Que hubo lágrimas abundantes lo señala el evangelio, señalando especialmente a la madre de Jesús, hijo primogénito y único al que traspasaron. Lloraron hasta las piedras y las gentes se golpeaban el pecho arrepentidas de haber condenado al Justo. Si el velo del templo se rasgó, el espanto tuvo que ser luctuoso por demás. Era como el fin de su mundo. El centurión sintió que se moría el hijo de un dios. Loa iniciados sabían que moría el más Justo, malamente ajusticiado. Y eso que ese hijo único había entrado hacia poco en la ciudad, a lomos de un asnillo, que significaba humildad. De modo que este profeta tuvo una visión moderna del drama de Jerusalén ajusticiando a Cristo, y cumpliendo después amargo llanto que ha durado más de mil 900 años. Y a pesar de todo Dios derrama en Israel y Jerusalén gracia y clemencia. Eso lo vemos hoy, junto a un Israel devuelto a su lugar sagrado y esperando tener otro templo a su debida hora y circunstancia. Siempre han sentido que Dios igual les castigaba que los devolvía a su tierra. Los salmos son testimonio del alma 335
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