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deducción la sacó san Pablo afincado en Jesucristo. Este tema de la justificación trajo de cabeza a muchos teólogos, que partiendo de su juicio ilustrado, pensaron que con Dios siempre hay un rédito pendiente, un IVA impagable. La fe en Jesús hace justos, es decir, libera de pecado porque lo perdona y no lo disimula sino que lo borra. Dura el miedo a no estar en gracia, a estar empecatados, a estar profanando los sacramentos, y todo porque se orilla la insistencia de Jesús de proclamar el perdón en todo excepto en el pecado contra el Espíritu Santo. El pecado de no creer en la verdad sanadora y definitiva se llama ofender al Espíritu Santo. La tortura de los escrúpulos y el miedo a Dios crean una incertidumbre abrasadora. Cuando afronto este tema con los pacientes tengo que adoptar postura autoritaria. Poder contra poder. Si Jesús impone el perdón de los pecados como ejercicio esencial del apostolado, nadie puede andar remendando esa ley. El rigorismo ha matado a demasiados espíritus buenos. Pablo habla de cómo el sentido de la justificación lleva a ser fuertes en las tribulaciones, y a cultivar una esperanza fundada en el amor de Dios, derramado en nosotros por el espíritu Santo. No es infrecuente que tratemos poco y mal al Espíritu Santo. Pues empecemos a sentir curación nombrándole a lo grande. El misterio trinitario es interesante porque junto a un Creador hay un restaurador y un alentador: Padre, Hijo y Espíritu santo. Pronunciarlos bien es atraerlo a nuestra persona con un plan en verdad cumplidor. III. Juan, 16, 12-15 Se nota el empeño de Jesús por pasar por bueno. Todo el bien de Dios Padre lo tiene él, y él lo manifiesta por 325
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