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Con esas armas muchos cambian su cielo y su tierra. Pero el peso de la masa es terrible, y apenas concibes una bienaventuranza pasiva te la echan en cara y te liquidan. Pues su alma es el orgullo, y la lucha es interminable. Mientras los creyentes asienten a Dios viviendo en la misma tienda y haciéndola puerta del cielo. III. Juan13, 31-33ª. 34-35 Juan no describe la consagración del pan y del vino en la última cena. Pone dos signos de la Verdad de Jesús: lavar los pies y entregarse al plan del Padre mediante la Pasión. Judas es el testigo necesario del mayor de los misterios. Gracias a él, Jesús es metido en el lagar de la trituración. Aunque supone que lo entiende, pide ser dispensado, pero no puede ser y añade "Padre, hágase tu voluntad". En su altar ofrece su persona que es amor práctico y deja definido el modo de quererlo: amaos unos a otros como yo os he amado. El amor es un hiperactivo pasivo, es el dar sin pedir recompensa. Y esto lo repetimos porque así está en el evangelio, pero lo que interesa es que salga a repartirse. La piedad es sentirse Hijo responsable de los demás. Lo expresa Jesús cuando al irse Judas a su negocio, dice: "ahora es glorificado el Hijo del hombre y Dios es glorificado en él". ¿Por qué se empeña Jesús en llamarse el hijo del hombre? Porque tiene que ser encamable o reencamable en los que lo proclaman materialmente. Es Hijo de Dios porque su hombría es consecuente. Servicio hasta la muerte. Las encamaciones en el cumplir de cada día hacen a uno hijo del hombre del común. Entusiasmarse en sus trabajos es irse haciendo Hijo de dios. Es santidad cabal, como asegura Pablo en 314
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