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III. Juan, 10, 27-30 En momentos de reposo, Jesús razonaba con humildad del campesino avezado a la torpeza y generosidad de las ovejas. Estas criaturas se asustan de todo y confían en la bondad de los cuidadores. Pero al menor descuido surgen los depredadores y exterminan al conjunto, aunque les bastaría repartirse a una sola oveja. Ese instinto aniquilador que se manifiestas en las fieras, en general cuando tienen hambre, se da en el humano, cuando está poseído por algún demonio que le desequilibra el pensamiento y el sentimiento. Jesús afirma que nadie le arrebatara sus ovejas. Mi Padre supera a todos y conmigo somos UNO. De todas maneras parece que ese Poder lo administra con parsimonia: a Jesús le permite poner como ejemplo de sensatez poner la otra mejilla a quien te hace violencia. El propio Jesús, que por pastor tiene los sentimientos de oveja paciente, se ha dado cuenta de que es inútil ponerse muy divinos ante las violencias, porque su signo principal es llegar a ser muerto y así poder resucitar. Jesús reanuda el camino hacia el ideal de la creación viviendo la locura de la descreación, del retroceso racional. No es irracional el retroceso, sino que ese pensamiento está incrustado en el árbol genético de las sociedades milenarias. Han vivido tantos ideales fracasados, que lo que les parece positivo es acabar con todo idealismo. Salvo en los filósofos griegos y budistas y en los cristianos santos, los que se consideran filósofos modernos están por un idealismo desnortado. *** 311

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