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Domingo III, Ordinario C. 26 Enero 2013. l. Nehem.8, 2-4ª. 5-6. 8-10. Tuvieron los israelitas una época en que se olvidaron las leyes de Moisés y el Culto al único Dios proclamado en el Sinaí. Pero se habían conservado en algún lugar del abandonado templo de Jerusalén, todos los escritos santos. Fueron leídos al pueblo expectante por autoridades venidas del destierro en Babilonia. Las palabras iniciales fueron: Escucha Israel: el Señor tu Dios es SOLAMENTE UNO. Amarás el Señor tu Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas y al prójimo como a ti mismo: esto lo repetirás a tus hijos y hablarás de ello estando en casa, yendo de camino, acostado y levantado. Y todo el pueblo de rodillas clamó AMEN. Esta predicación se ha repetido por los siglos de los siglos y ha guiado nuestras vidas. Desde hace bastantes años la creencia en el Dios único la tienen clara muchas minorías, pero el ambiente general es de increencia en el sentido cristiano. Otros dioses han atrapado a infinidad de gentes. El progreso material y social y científico ha creado una mentalidad de autosuficiencias personal, apoyada por el estado de bienestar que es muy real, aunque tenga defectos. Los mayores son los guardadores de tradiciones y dogmas y aún quedan quienes dan la cara a las nuevas generaciones orando y catequizando. No falta conocimiento o noticia de Dios, sino seguridad de que se interesa por nuestro mundo personal. Mayormente somos deístas: Dios existe, pero está sentado en su trono y no mira para abajo. No seamos pesimistas: a cada uno le llega la hora del reencuentro. Cuando se da uno cuenta de que se le 281

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