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sobresale Isaías, que parece que toca con sus dedos las puertas del Nuevo Testamento. Isaías vive en tiempos terribles. Le toca ser víctima de los enemigos de dentro y de fuera. El reino de David desaparece en la cautividad de Babilonia. Y con todo eso se le asegura a la Jerusalén abandonada, que el Señor no va a descansar hasta verla rescatada, renovada, preferida al resto del mundo, y convertida en esposa que será su alegría. Se puede decir que Dios trata a su esposa, Jerusalén, como quien la quiere bien, haciéndola llorar. Es un empeño de los autores que pretender saber mucho de Dios, el asegurar a quienes pasan torturas y desgracias, que eso puede ser señal del bienquerer divino, porque podrán acarrear bienes mejores e incluso ser clave para la vida eterna. No podría yo firmar esas tesis. Aunque conociendo los padeceres de Jesús porque entran en el plan de su Padre, hay que enfrentar las penas apoyándose en su brazo poderoso. Hay santos y santas que en medio de su infierno se sienten desposados con el amor divino. Muchas situaciones cambian, y tenemos una medicina que hay que tomar como tratamiento de larga duración, que es la esperanza en la vida eterna. Cuando Jesús pondera sus desgracias, añade:"Pero al tercer día resucitará". II.1 ª Cor. 12, 4-11. Nuestro mundo personal se compone de una infinidad de servicios mutuos entre los innumerables necesitados, que son nuestros componentes corporales y mentales. Esos servicios se especializan en el hablar, en el entender, en el curar, en el profetizar, en distinguir a los buenos espíritus de los malos mediante educación cívica y catequesis. Lo humano y lo divino lo inspira siempre el mismo Espíritu. El himno Ven Espíritu divino, llena 279

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