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de un pueblo, luz de las naciones; para que abras los ojos a los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la caverna a los que habitan en tinieblas." O sea que la obra de Jesús es de liberación, no nos va a imponer penitencias ni diezmos ni primicias, sino que viene a ofrecernos la salvación de nuestras cegueras, de nuestras cautividades, y de la conformidad con las medias tintas. Y todos, al contacto de Jesús sentimos y logramos mejorar de esas carencias. No tenemos deuda ninguna con el Señor, salvo el no reconocerlo como Salvador. Lo reconocemos y lo agradecemos como pobres que no siempre calamos hasta la hondura de nuestra pobreza espiritual. Ya dirá más tarde bienaventurados los pobres de espíritu. Esa es nuestra gran necesidad. Y por esa pobreza damos trabajo al señor Jesús. II. Hech. 10, 34-38 Dios estaba con Jesús, ungido por El Espíritu, que pasó haciendo el bien y liberando del diablo. Este lenguaje de Pedro es testimonial: lo que él vio en Jesús y lo que Jesús vio en él. Porque las debilidades de Pedro las tenemos todos y como a él, nos mira a nosotros y nos llena de espíritu y voluntad. Eso es quitar el pecado del mundo. Bajo la mirada de Jesús nosotros nos realizamos haciendo la vida, ya comiendo, ya bebiendo, ya haciendo todo en su nombre como dice san Pablo. Cada cual se redime de la mano de Jesús, que está vivo. La gran deuda que creemos tener con Dios es en realidad deuda con nosotros mismos. Igual que hay que aprovechar todas posibilidades para ser personas de provecho propio y para otros, la libertad de no cuidarnos, de quedamos en ignorancia, de no orar de modo racional, es una falsedad que se puede calificar 277

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