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misioneras. Todos ellos viven la tribulación del esfuerzo diario, no siempre comprendido ni apreciado ni remunerado. Nuestras vidas de creyentes sencillos también sufren tribulación, que es llevar la cruz o carga de cada día. Por ello es necesario lavarnos en la sangre del Cordero, o sea en la Vida Sacramental. II. 1ª Juan. 3, 1-3 El Apóstol san Juan declara que somos hijos de Dios, aunque no comprendamos todo el misterio de esa realidad sobrenatural. Cuando le veamos tal cual es estaremos en la Gloria celestial. Pero nos interesa saber que somos hijos en realidad, no solo por el documento del bautismo. Jesús nos dice que somos hijos de su Padre celestial. Hijos adoptivos. Y con derechos a participar de la herencia que es la Gracia, La Palabra y los Sacramentos en este mundo. Y la gloria perfecta cuando seamos convocados al :final de nuestro tiempo. Celebramos la fiesta de todos los Hijos de Dios que ya están salvados. Pero ¿no hay en este mundo santos vivientes cuya memoria y presencia hemos de celebrar? Para san Pablo somos santos todos los bautizados, estando en la Gracia de Jesús. No es legítimo el empeño de hallar diariamente pecados en cualquier deficiencia, cuando lo sublime es poder decimos que todo lo mucho bueno que ejecutamos es por la Gracia de Dios. En el cielo hay multitud infinita de cristianos de a pie, que fueron santos, aunque no hayan hecho nada extraordinario, porque toda vida en gracia es extraordinaria y merece el cielo. III. Mat. 5, 1-12ª. Esos santos son y debemos ser los que tengamos en cuenta las Bienaventuranzas. Por ser pobres, humildes, celosos de la justicia y de la gloria de Dios, por llorar 248
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