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Ahora bien, Jesús estaba muriendo cada día y hora entregándose a la enseñanza, y las curaciones. La muerte en cruz fue la Consumación de toda la vida y así desembocó en la Resurrección como cumplimiento de su anuncio. El por delante de todos en todo. Precisamente hoy celebramos el DOMUND, que es la entrega de muchos a un apostolado de dádiva y ejemplo, que si no podemos imitar, sí ayudar con los medios que se nos soliciten, sea el obsequio o sea la imitación de su entrega mediante la colaboración en los tantos voluntariados en favor de los pobres del mundo. El caso es que cada día sintamos la impresión de haber aportado algo de nuestra vida a la redención de la humanidad. Ayer Madrid quedó asombrado ante la voz que daba gritos a la vida. Si no hubiera ese grito por la vida, seguramente infinidad de personas se acomodarían a las teorías de los llamados avanzados, que confunden el avance de la civilización con avasallamiento de las creencias y de la ética. El Jefe de nuestro gobierno contempló en Jerusalén el monumento al Holocausto judío. Pero él mismo está aclamando el holocausto de infinidad de millones de seres indefensos a quienes se condena a muerte por tener defectos más inventados o imaginarios que verdaderos. Ese es nuestro mundo. Quizá la muerte de estos inocentes produzca el efecto de que la conciencia moderna se despierte y vea el horror en que está metida. El Día de los Inocentes habrá que desplazarse desde el hecho de Belén, a los Belenes del mundo donde Raquel llora sin consuelo porque sus hijos ya no nacerán. *** 244
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