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Domingo XXVIII B, 11 Octubre, 2009 I. Sab.7, 7-11. Suele decirse que el sentido común es el menos común de los sentidos. Dijo S. Juan Evangelista: no se cansa el ojo de ver ni el oído de oír. Y también: en este mundo todo es concupiscencia de la carne, insaciabilidad de los ojos, y soberbia de la vida. En otras palabras; que nos es dificil tener medida de las cosas y de los razonamientos. Pues según la primera lectura es sabia la persona que ha conseguida una medida de las cosas que le ayudan a vivir sensatamente y dentro del plan de Dios. Seguramente entre los presentes hay personas que nunca se contentan con lo que tienen, y llegadas las rebajas, y aún antes, se cargan de todo lo que es atractivo, como la manzana que tentó a Eva. Una gran parte de lo que acumulamos es superfluo. El ser sabios es tener capacidad de hallar gusto en cada acción buena, en cada esfuerzo provechoso, en cada limosna, en cada clase, en cada oración y en cada amistad. Cuando ninguna de estas cosas buenas se malvende por el precio irrisorio de la vanidad, uno es sabio, porque saborea. No porque se sepa más, sino porque se saborea más. Hay también entre nosotros quien vive esa realidad, que también podríamos llamar espíritu de pobreza, espíritu ecológico, teniendo horror al desperdicio del tesoro de la Creación. Las palabras y consejos de las personas sabias suelen ser muy pensadas y medidas por la caridad y la verdad. II. Heb.4, 12-13. En esta línea va la segunda Lectura. Está destinada a los cristianos hebreos, o sea convertidos del judaísmo. Para ellos las Escrituras proceden de Dios. Y como Dios lo llena todo, así sus revelaciones deben llegamos a lo más profundo. Para Dios no hay vacíos. O se llena el ser de 240
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