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Domingo XXII B. 30 Agosto 2009 l. Deuter. 4, 1-2. 6-8 Mandatos sabios. Hay listas de sabios, y hay sabios señalados en la Escritura. Son personas que han hecho estudios sobre los antiguos, y han escrito libros dignos de dar textos a la liturgia. Suyo es el sentido de la proporción, hallan en los mandamientos el sostén del orden y la fuente de la esperanza. Las naciones vecinas verán que Israel es un pueblo inteligente. Que se gobierna por leyes y mandatos que ningún otro tiene ni puede tener. Es el razonamiento que indujo a mucha gente a hacerse cristiana. Sobre el monumental Decálogo se han fundamentado las leyes humanas. Aunque se legisle desterrando a Dios, lo que se acuerde con sentido humanitario será inspiración del Espíritu que sabe dar sentido a cada palabra. Los sabios de Grecia se inmortalizaron. Pero fueron superados por los sabios de Israel. Porque envueltos en papeles de pergamino presentaron una Legislación donde el OTRO adquiere estatura a la par de Dios. En realidad todo intento de regir y gobernar con sentido tiene origen en lo alto. No importa que se invoquen sortilegios o cartas o espíritus, si se acierta es que el Espíritu interpreta todo lenguaje. Claro que las Leyes necesitan clarificarse y para eso surgen los expertos. Nada menos que abundan los que pretenden interpretar al propio Jesucristo. Seguramente en parlamentos democráticos sopla el Espíritu, aunque parezca que lo que hace es apagar velas. II. Santiago 1, 17-18.21b-22.27 La Palabra es de Dios. Él la inspira y la demuestra Jesús con la vida. Dad razón de vuestra Fe, pedía san Pedro. No os limitéis a escucharla, advertía Santiago. La 226
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