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Domingo XVI B, 19 de Julio de 2009. I. Jer. 23, 1-6 Se llaman pastores en la Escritura a todos los que tienen responsabilidades. Y se llaman malos pastores a quienes no las cumplen, o las cumplen mal, y las abandonan, dando a su Grupo un ejemplo desolador. Un rebaño sin pastor es la estampa de la desventura. Nunca se basta uno a sí mismo en todo. Necesitamos a alguien que sea guía o al menos compañero de camino, sabedor de los caminos acertados. Jeremías no habla de los malos pastores de ovejas brutas. Sino de los dirigentes de Israel, que en general fueron poco modélicos. Precisamente le tocó a Jeremías padecer violencias tremendas de los Jefes de su Pueblo, desde el rey a los que tenían algún poder. Y siendo testigo de los peligros que acechaban a los ciudadanos desde los Reinos poderosos, aconsejó la rendición como el mejor camino para salvarse. Tomaron tan a mal sus consejos que acabaron liquidándolo. Desapareció entre tantos derrotados y exiliados. Pues bien: modernamente ocurre algo parecido. Los Poderes frustran a mucha gente, y por eso se inventaron los partidos y las elecciones democráticas, para asegurar, en lo posible, un buen reparto de bienes y acompañamiento y dirección segura del Pueblo. No siempre se acierta y por eso se producen los cambios, buscando siempre algo o a alguien mejor. II. Efe. 2, 15-18 San Pablo asegura que el buen pastor es Jesús, que vino a sembrar paz y unión entre los dos grupos más conocidos: Los Judíos y los de cultura grecorromana. Jesús se convierte, y lo repitió él mismo, que hasta él los pastores fueron más atracadores de sus rebaños que guías consecuentes. Jesús crea un parentesco nuevo, que 212
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