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cuando nos quedamos sin ocupación o distracción, viene el Yo problemático a rendir cuentas y confesarse lleno de estímulos carnales, o sea, naturalistas, poco acomodados a lo que confesamos y queremos. Suelen ser esos estímulos los que confesamos constantemente. Pues bien: cuando Pablo clamaba a Jesús que lo liberase de esas miserias, el Señor le dijo: tienes mi gracia, mi amistad y eso basta. Los defectos que reconoces tómalos como enfermedad, debilidad, y ocasión de adquirir virtudes. III. Marc. 6, 1-6. Jesús es también menospreciado por los más cercanos: familiares y vecinos. Dice el refrán que nadie es grande para su ayuda de cámara. Y para las gentes del propio pueblo o del propio grupo. Casi nunca se aceptan los valores completos: siempre hay que morder el borde o el corazón de quien nos cae mal por valer más o no ser del común. Cuando aquellos celosos quisieron apedrear a una mujer por adúltera, Jesús les advirtió que ellos tenían pecados invisibles, como ser adúlteros en su corazón, manteniendo malos deseos hacia la mujer. Cuando Jesús ve en su pueblo que muchos vecinos le disminuían en su saber y poder por ser Hijo de María y tener hermanos y hermanas corrientes: dijo, ya se sabe que ningún profeta es aceptado entre sus propios parientes. Y así le privaron de hacer y de recibir milagros de su paisano. Padecemos el estímulo del pecado frente a personas y cosas, incluso ante los valores más claros de los demás. Pues ahí tenemos mucho campo que arar, desbrozar, y resembrar. *** 206
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