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Domingo Nº B, de Pascua, 2009. 3. de Mayo. l. Hechos. 4, 8-12. Nos fascinan los milagros y los juegos tramposos que se les parecen. Pensamos que la verdad de Jesús se basa en sus milagros materiales. Precisamente en la primera lectura insisten los apóstoles en que han hecho el milagro de curar a un enfermo, muy conocido, quizá un pordiosero asentado a la entrada del templo, como es ordinario entre nosotros. En nombre de Jesús Nazareno a quien habéis matado y que ha resucitado. Estupefactos y rabiosos los echan de allí, prohibiéndoles mentar más a ese hombre. Pero los apóstoles remachan el clavo: Ese hombre, reprobado por vosotros es la piedra angular del nuevo templo, el del Plan de Salvación de tal modo que NO HAY SALVACIÓN en ningún otro nombre bajo el cielo. Nuestra Salvación tiene que ser en el Nombre de Jesús. Y ese nombre lo pronunciamos orando, y él se nos Manifiesta en los Sacramentos. II. 1ª Juan, 3, 1-2. La gran novedad de Jesús es hacemos Hijos de Dios, su Padre. Y no solo de nombre, sino de verdad. Nos nombramos hijos y lo somos, porque así lo quiere el Padre. Aunque nos fuguemos de la Casa, y malgastemos la vida en naderías o maldades, a la hora de la verdad volvemos como el Pródigo y el Padre nos vuelve a tratar como hijos. Y eso aunque nos atrape el pecado hasta setenta veces siete. Precisamente las madres son las mejores conocedoras de lo que es el amor a los hijos, aunque les falten setenta veces siete no los rechazarán del todo nunca. Suele decirse que en los templos casi no hay más que mujeres. Y gracias a eso creemos en el amor humano y las madres a su vez descubren en su propio ser lo que es el amor de Dios. 185
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