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Ofréceme el carnero que está enredado cerca de ti. Dicho y hecho. Y Abrahán por su disposición a obedecer a Dios hasta lo sumo, es convertido en Padre de los Creyentes. Por eso decimos el Padre Abrahán. Los cristianos y los judíos y los musulmanes le decimos así. Y hay una especie de espejismo de que por tener a Abrahán como padre en la fe, esos tres pueblos creyentes han de unirse algún día en la confesión de una misma Fórmula de fe. En sustancia la fe de los tres pueblos tiene mucha unidad. Pero se trata de tres modos tan nacionalizados de creer en el mismo Dios, que solo de vez en cuando se desgaja algún racimo de esa diversidad y se injerta en una de las otras. A esas idas o venidas se las llama conversión. De todas maneras hay en el fondo de esa saga de Abrahán la lección de que nadie puede disponer de la vida de un hijo. En estos mismos días ya se lanza la opinión de que no solo se puede abortar, sino que se puede interpretar como aborto el liquidar al hijo que nace con defectos. Es el momento en que los creyentes tomen buena nota y conversen con sus hijos jóvenes para que sepan de la nueva tentación. Las tentaciones legales son las más eficaces. El Legislador puede convertirse en el gran desmoralizador. II. Rom. 8, 31b-34 Solíamos tener pánico a Dios. Y aún se le tiene. Si no se le tuviera pánico es probable que apenas lo tomaríamos en cuenta. Pues precisamente San Pablo nos asegura que no hay motivo para tenerle miedo a Dios. Porque quien exigió a su Hijo afrontar sus tarea hasta la muerte para podernos ofrecer su resurrección es imposible que nos condene. Tampoco nos va a 168
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