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Podríamos suponer que el autor de ese párrafo estaba tan aterrado por el diluvio, que se le hacía imposible la repetición de tan enorme desgracia. E inspirado por Dios aseguró que no se repetiría tan castigo. No está el Dios de Jesús para dedicarse a sembrar castigos, sino que nosotros mismos provocamos gran parte de las catástrofes y por eso nos castigamos con acuerdos y disculpas. II. 1ª Pedro, 3, 18-22 Precisamente es el Agua de la fuente bautismal la que nos libera y aporta familiaridad con Dios, por Jesucristo en la Iglesia. Como se ve en este primer domingo de la Cuaresma, la palabra se esfuerza por sembrar optimismo en nuestra historia personal. Hemos de evitar catástrofes de conducta y de rebeldía contra personas, instituciones y criaturas. Y ver arcoíris sobre cuantas aguas amargas nos caigan encima. Es fácil descubrir las bondades de Dios y de los demás aún en medio de muchos dolores y desengaños. Porque tenemos seguridad de poder sacar fruto de toda circunstancia. La fe en la vida eterna es de un valor inigualable. Para demostrarlo afrontó Jesús su dolorosa historia. Jesús es el argumento de la bondad de Dios. III. Marc. 1, 12-15 La primera gran batalla de Jesús fue contra el maligno, que pretendía favorecerlo con vanidades, como banquetear, aparentar y dominar. Precisamente de esa vanidad padecemos especialmente en estos tiempos en que todo se sabe. Tantos imputados en delitos dinerarios y dictatoriales darían cualquier cosa para que no les acusasen en público, quedando deshonrados. Como dice Jesús: "los bienes que has acumulado ¿para quién serán"? Pueblos 166

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