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atención. A Samuel le avisaba Dios de que Israel pedía un Rey, porque los enemigos eran terribles y no había jefes inspirados. Para bien inmediato y para el propio mal, fue consagrado Saúl. No le faltó buena voluntad, pero el reinar y guerrear es complicado. Y cayó en idolatrías y adivinaciones para salvar al Pueblo y eso no lo quería Dios. Pero gracias a que existió Saúl, vino detrás David, de cuyo linaje nació Jesucristo. No hay mal que por bien no venga. Sin llegar a tanto o quizá para llegar a más, sentimos la llamada de Dios para asumir una responsabilidad, para cuidar el matrimonio, para misionar, para ayudar al prójimo, para evitar tentaciones contra la justicia, el amor y los deberes. Hoy, si escucháis la voz del Señor, no endurezcáis el corazón. II. Efe. 1, 3-6. 15-18 ¿Es propio nuestro cuerpo? Pues se han apegado a esta afirmación legisladores y ministros para justificar el aborto. Según la Ley de Dios el amor al prójimo se mide por el amor a uno mismo. Hacer por uno mismo todo lo necesario y provechoso es amor con libertad. Pero pasar a disponer de la vida es otra cosa, y si la vida es de un ser humano concebido es otra cosa, y si es un prójimo es otra cosa. El amor al Yo tiene derechos inmensos y obligaciones morales y legales. No vale asegurar que uno puede hacer de su capa un sayo, para disponer de la vida propia o de los demás. San Pablo llama al cuerpo Templo del Espíritu Santo. No se le pudo ocurrir idea más sublime. Un templo infunde un enorme respeto y también un diabólico odio. Uno tiene derecho a declarar propio lo que ha heredado o lo que ha ganado. Y nuestro cuerpo no lo hemos ganado. Es una herencia que hay que poner a medrar. Por eso al cuerpo le rendimos honores al cuidarlo, bautizarlo, registrarlo como 152

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