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santificante: Ser Hijos de Dios. El Bautismo nos funda en la familia de Dios, que es la Iglesia, nos crea como personas nuevas, y nos infunde ideales de santidad. No es igual, ni parecido, proceder con santidad que sin ella. Se cumple la sentencia del Génesis: Y creó Dios al ser humano diciendo "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza". III. Marc. 13, 33.37 El fin de las cosas, de las personas y del mundo estuvo siempre contemplado, escrutado, traducido. En tiempos de Jesús existía esa preocupación, porque el sistema estaba enfermo de legalidad, y el templo estaba en manos inadecuadas. Además se leían constantemente las profecías llenas de avisos, amenazas, castigos y desgracias. Aquello avocaba a una ruina indescriptible. No hay que quedarse dormidos. La tierra de Jesús apenas tuvo años de reposo desde que hay memoria. Luchas por asentarse, guerras por dominar unos sobre otros, ruinas de los Reinos, destierros, repatriaciones. Y lo que se avecinaba dentro de no muchos años. La consecuencia era que podrían sumirse en la fatalidad, en lo irremediable, o luchar como fieras por defender su Religión y su hogar. Pro aris et focis, se decía. Y esto sucedió literalmente profetizado por Jesús. Esta vez la ruina como Pueblo instituido duraría 2000 años. Lo vimos nosotros. Aconsejó Jesús mantenerse en pie ante el Hijo del Hombre, o sea ante la promesa de que habrá renacimiento. Para ello se convertirá Jesús en el modelo. Sometido a todos los dolores y hasta la muerte, resucita oportunamente y nacen cielos nuevos y tierra nueva. 138
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