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Nuestra persona es una parcela de la gran viña y tiene que ser fructífera para bien propio y de otros. El fruto más gratificante es cuando el prójimo entra a participar de nuestros frutos. Fijémonos que siempre que rezamos hablamos en plural: concédenos, óyenos, escúchanos, perdónanos, atiéndenos, danos la firme voluntad, que es expresión de entusiasmo y salud y responsabilidad. II.Filip. 4, 6-9 Precisamente San Pablo señala lo que se espera y logra cuidando la viña: cuidar todo lo justo, razonable y laudable. Y surgirá el gran fruto del cultivo de la Viña: que el Dios de la Paz esté siempre con nosotros. En el cultivo cristiano de la viña se cuenta la celebración y comunión de la Eucaristía. Los presentes hemos descubierto que ese misterio es vital para nosotros. Y por creer que es obligatorio, y por saber que nos hace bien, venimos una y mil veces. El fruto parece pobre, pero ¿y si no viniéramos a la celebración que san Pablo llama Acción de Gracias? Lo aseguraba un viejo marino malhablado y de comunión frecuente: qué no haría y diría si no fuera porque la comunión me avisa continuamente para no desmandarme. Solemos confesarnos de nimiedades y olvidamos la Acción de Gracias por todo lo positivo que recibimos y realizamos. Gracia a Dios es una exclamación que aún se oye por todas partes. III.Mat. 21, 33-43 La parábola de la Viña que nos presenta el Evangelio es idéntica a la de la primera lectura. Y el desenlace es fatal: entregar la viña a otros que den fruto a su tiempo. Ese fruto es hacer realidad el reino de Dios, según las Bienaventuranzas. Las virtudes humanas y 119
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