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He aquí la sinopsis- de un montañés navarro, parecido a San Francisco Javier. Inquieto, aventurero a lo divino, im– paciente, desasosegado y trotamundos, que con las leguas por él recorridas se podría rodear varias veces la tierra . Junto con esas inquietudes de hacer algo por Dios, exis– tía en él, el don de la reflexión; era dueño de sí mismo, austero con su persona, y al mismo tiempo afable con los demás, ajustándose al dicho de Santa Teresa: «líbrame Dios de los santos tristes y encapotados». Habrá momentos en su vida en que parece fracasar, pero en medio de sus acrobacias misioneras conserva un hilo invisible que le hace caer de pie. Presentamos al P. Esteban de Adoáin, misionero, evangelizador, pacificador y defensor de la familia; no menos de 19.918 hogares en América le deben su verdadera reconstrucción. En el pueblecito de Adoáin, cerca de Leyre y del casti– llo de Javier, reside la familia lmarquello Zabalza, en la ca– sa n. 0 12, llamada «Eneko». Navarra y toda España, estaban bajo el dominio de los franceses. Era el 1808. Y en ese mismo año nacía el pequeño Pedro Francisco, más tarde P. Adoáin. Cinco hermanos fueron en total. No llegaban por aquellos valles apartados noticias de la guerra contra Napoleón, fuera de algunas dadas por el cura. Aquellos labradores bautizaban a sus hijos, les enseñaban la Doctrina Cristiana y los preparaban para un futuro con las bases del Evangelio. Llegados los años de ir a la escuela, -3-

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