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y salvajes de la selva, sus luchas heroicas con los salva– jes y bárbaros de la moderna civilización, sus observaciones y estudios de gentes y de países, sólo conocidos de esos ángeles en forma humana, que renuncian a todo, incluso a la vida, para ganar almas para el cielo. Y, por mal que yo lo hiciera, seguro es, que la vida del P. Esteban había de causar interés y admiración, y arrancaría lágrimas de ter– nura y entusiasmo aun a los corazones más duros. Pero no quiero que El Siglo Futuro dilate el honrar la memoria del infatigable Apóstol, del ejemplar religioso, del santo misio– nero que acaba de morir, y envío a ustedes los apuntes es– critos a vuelapluma por uno de los médicos que le asistie– ron en su última, incurable enfermedad. Publíquenlos uste– des para edificación de cuantos los lean, y como leve tri– buto de veneración a la memoria de un santo. El Venerable Capuchino anotaba de su puño y .letra los hechos más im– portantes de sus excursiones, describía los países que vi– sitaba, las gentes que conocía, con sencillez evangélica. Al propio tiempo, nuestros lectores aprenderán, con delicia, no– ticias y costumbres, pueblos, países, plantas y animales, des– conocidos en Europa; y por sus ojos verán cuánto bien ha– ce un pobre misionero, no sólo salvando almas, que es lo principal y lo único que importa, sino también contribuyen– do a la Historia, la Geografía y a toda especie de Ciencias». Asombra pensar que unos hombres beneméritos llegaran a sufrir persecución y fueran cuando más, mirados con in– diferencia por los gobiernos españoles, hasta que el 16 de noviembre de 1944 se creó el Instituto de Misiones y la cédula misional, con estas palabras de reconocimiento: «La extensa e intensa labor que los religiosos españoles vienen desarrollando en el extranjero, con notoria eficacia y dentro de las tradiciones más puras, de catolicidad, en la doble acepción de la palabra, los califica como beneméritos pro– motores de la Cultura Hispánica en todos l0s Continentes». FINAL He aquí diseñada la figura del P. Esteban como un ser totalmente humano, en las diversas épocas de su vida: cam– pesino, pastor, estudiante, desterrado, emigrante, predicador del Evangelio y Pacificador. El conocimiento de las almas le viene de su juventud azarosa; entibiaron su sangre todos los climas de Europa y América. Como en la buena arcilla de Dios, con que se moldeó al primer hombre, hay en su vida polvo de todos los senderos y de todas las cosas. Su vida es idealista y realista al mismo tiempo, desenvolvién– dose como una madeja de seda, sin artificio, con una sen– cillez humanamente espiritual y espiritualmente humana; se parece al surco de la tierra cuando la luz cae sobre él y es oro y tierra conjuntamente. La prosa de sus sermones no tiene nada de especial; una prosa sencilla, flexible como la hoja de los helechos montañeses, con sus pequeños recortes de retórica; repul– sión por lo brillante y lo ruidoso del lenguaje de tipo cas– telariano. Un lenguaje común, depurado de toda escoria, po– dado de todo exceso; una especie de franciscanismo artístico. En la frase, con toda brevedad, se recoge el paisaje o el estado de las almas, a quienes trataba tal como eran pa– ra indicarles lo que debían ser. El hombre que expresa así lo inefable, puede hacerlo, porque lo vive diariamente; la precisión con que muestra -30-
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