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' Antequera, haciendo vida con arreglo a sus constituciones». Habían trabajado este asunto don José Lora, Conde de Colchado, y don lldefonso Palma, albaceas de los condes de Castillejo, bienhechores del convento. Antequera no se– ría un centro carlista: la restauración de los capuchinos comenzaba por el Sur. Llegarían a Pamplona el año 1879, después de haber sido expulsados en 1834 por el general Rodil. ANDALUCIA Aún quedaban restos de las luchas cantonales. El Gobier– no había hecho un haz de ciertos infelices y los había fle– tado a las Islas Filipinas. Los abusos cometidos se podrían comparar con otros más recientes: odio a la religión, al cle– ro, incendios de iglesias, violación de sepulturas esperando encontrar tesoros, vivas a Garibaldi y mueras a Pío IX. Se había ensayado la república cantonal. La represión fue muy dura por parte del gobierno de Madrid. Cartagena fue la última república cantonal federal en rendirse, guiada por el diputado Gálvez, que• había conjun– tado las fuerzas de mar y tierra; al regreso de una «razzia» marítima sobre Alicante, su barco fue detenido como pira– ta por la fragata alemana «Friedrich Karl», y nuestro dipu– tado, vestido de paisano, con alpargatas valencianas y som– brero calañés, entregó su sable al comandante prusiano con estas palabras: -«Soy el general de las fuerzas de mar y tierra del cantón murciano•. El prusiano no aceptó el sable, y le respondió en buen castellano: · -«Pues bien, Sr. Napoleón de la república federal, os ha llegado vuestro Sedán y sois mi prisionero». Se atribuye a Castelar la frase de que toda monarquía debía ser liberal, así como toda república debía ser con– servadora. Al término de la rebelión cantonal, sólo queda– ban los odios de luchas callejeras y de ambiciones no con– seguidas. El P. Esteban empleará el mismo sistema que en Na– varra. Le acompaña el P. Saturnino de Artajona, capellán de los voluntarios carlistas, que también fue su compañero en las misiones de Navarra. Nuestro misionero tenía gran experiencia para llegar al corazón de sus oyentes, a quienes habló con sencillez y afectuosidad. Sus misiones comenzaron por la misma An– tequera, predicando en la plaza, por el enorme concurso de fieles, muchos de ellos amargados cantonales. Una ima– gen de la Madre del Buen Pastor (Divina Pastora) de rai– gambre andaluza, hizo recordar a los oyentes los tiempos de Fr. Diego de Cádiz, el apóstol de Andalucía. Desde el primer momento los andaluces se sintieron ganados por aquella voz, que se hacía oír a muchos metros de distan– cia, como si vibrara por dobles cuerdas vocales, un metal precioso y limpio, que no hería a los que estaban cerca, y le oían perfectamente los que estaban lejos, que habla– ba de amor, de paz, de hermandad entre ricos y pobres, del Sumo Juez, Dios, que administrará verdadera justicia. Todo esto entraba en los oyentes, que habían experimenta– do los horrores de la Revolución. la muerte de muchos in- - 22 -

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