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EVANGELIZADOR Y PACIFICADOR Para muchos de los emigrados se había extinguido la esperanza de volver a su tierra. Algunos creyeron que al propio tiempo que se ocultaba don Carlos, desaparecía tam– bién la religión en España. Pero las Cortes, el 15 de febre– ro de 1876, concluida virtualmente la guerra y gobernando Cánovas del Castillo, aprobaron el artículo de la nueva cons– titución: «La Religión Católica, Apostólica, Romana es la del Estado; y la nación se compromete a sostener el culto y sus ministros», con lo que se daba satisfacción a muchos espíritus timoratos. El P. Adoáin se entrevistó con Isabel 11, refugiada en Francia a raíz de la Revolución de 1868, quien se interesó por los proyectos del misionero al saber que había sido compañero del P. Claret en Cuba. El P. Adoáin se proponía, por el momento, abrir el convento de Pamplona, clausurado en 1834, y convertirlo en Colegio de Misioneros para el exterior. La reina habló a Cánovas y a don Alfonso XII, su hijo, pero Cánovas contestó que no eran convenientes las comu– nidades en el Norte, ya que habrían de nutrirse de los frai– les emigrados, que eran carlistas Sin embargo, el gobierno estaba dispuesto y autorizaba la fundación de tales comuni– dades en el Centro o Sur de España. La moción fue defen– dida en la cámara por el político liberal andaluz Romero Robledo. El P. Adoáin no se había olvidado de los refugiados en Sayona. En Mayo de 1876 les predicó una misión en la ca– tedral y les preparó para sufrir con paciencia las amargu– ras del exilio. Muchos de ellos pasaron a México, Argenti– na, Chile y Venezuela. Valle lnclán nos hablará de un sacer– dote carlista que ofrecía diariamente en México, su misa por la causa... En la hacienda de la familia Letelier-Llona, de Chile, existía la firma de don Carlos de Borbón y Austria– Este, junto con la de Teodoro Roosvelt y otros visitantes ilustres. Don Carlos realizó su viaje a América en 1876, al ser expulsado del territorio francés. Nuestro misionero, con sus 68 años ·y un entusiasmo ju– venil, había conseguido permiso del obispo de Pamplona pa– ra una campaña apostólica en su diócesis, destrozada por tres años de guerra. Apenas llegó a la capital navarra, llamó la atención del gobernador Sr. Larrainzar, por ir vestido con el hábito capuchino y ser visitado por muchos fieles. Le causó gran contrariedad el saber que tanto el P. Esteban como su compañero, el P. Málaga, habían llegado de Fran– cia, donde residían los refugiados de la guerra carlista. La orden fue draconiana: o desaparecía el hábito capuchino o se marchaban. El P. Málaga regresó a Bayona, mientras el P. Adoáin se dirigía a Navascués a entrevistarse con el obis– po de Pamplona para ajustar las bases de la campaña mi– sionera de evangelización y pacificación. De paso visitó su tierra del Urraul Alto, después de una ausencia de 40 años. Su familia había abandonado Adoáin, para vivir en lrurozqui. Existen declaraciones de su sobrino indicando las cuali– dades y austeridad de aquel montañés, acostumbrado a dor– mir en el suelo desde sus primeras misiones en América, costumbre que guardó hasta pocos días antes de su muer– te. Su cama aparecía intacta por la mañana. D. Severiano Blanco, exdiputado foral, se expresa en ideas parecidas, admirantlo su modestia, sencillez, manse– dumbre y penitencia. No sabemos cómo podía subsistir con un desayuno de café negro, sin azúcar y sin pan. En Na- - 20 -

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