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pues hay otros recursos, más valiosos, que dependen de Dios... • Quince años residió en América Central, y hubo misio– nes de las que se retiró con la salud quebrantada, fiebres intermitentes, irritación y pérdida de voz. Así lo dice el mismo P. Adoáin al P. Claret. Era por los años 1862-1863. En la vecina república de El Salvador había sido destituido el presidente Barrios, y en su lugar subió el presidente Dueñas con el apoyo del de Guatemala , Carrera. Se temía otra revuelta. Sólo un pa– cificador como el P. Adoáin podía organizar una misión en estas circunstancias. Comenzó el día de Ramos y se terminó el día de Pascua. Juntos asistieron partidarios de Dueñas y Barrios. La pacificación de la ciudad de El Salvador se debió en gran parte a la conversión de una guerrillera, que hablaba pestes contra los misioneros, que animaba a los revolucio– narios y manejaba el fusil como un soldado. Uno de los sermones del P. Esteban versó sobre la ciu– dad de Nínive y sus pecados . La guerrillera se hallaba entre el público. Nada de esto ignoraba el misionero. Las ideas expuestas por el P. Adoáin hallaron eco en el corazón de la miliciana y, en medio del auditorio, comenzó una especie de confesión pública, entrecortada de sollozos. El misionero montañés dominaba al público extendido en la catedral, en la plaza y avenidas adyacentes. Después del sermón, la gue– rrillera revolucionaria llamó al P. Adoáin y se trazó una nue– va vida. En los días siguientes llegaban grandes columnas de hom– bres formando parte de los conjurados, ya que la revolución debía estallar, primero en la capital, y después en las pro– vincias . Pero la misión proseguía. Duró un mes, y cuando los dirigentes invitaron a los conjurados a sublevarse, todos se negaron; otros fueron a ponerse a las órdenes del go– bernador. El P. Esteban fue tenido como el salvador de la nación, y todos opinaban igual : gracias a la misión, se había evi– tado una guerra. AÑO 1872 Sin embargo, la revolución era mantenida desde fuera. sobrevinieron otras dos, una en El Salvador y otra en Gua– temala. Triunfaron los liberales. Y se temió lo peor. A los pocos días se expedía un decreto expulsando a los jesuitas; después llegaría el turno, a los demás. Se había firmado el decreto contra los capuchinos, pero una indiscreción lo hizo público, y una multitud de unos cinco mil hombres rodeó el convento para impedir su sa– lida. El gobierno respondió que nunca lo había pensado, ya que los consideraba como grandes benefactores. Días antes del destierro había conseguido el P. Esteban consagrar la América Central a la . Divina Pastora. Sería su testamento. El arzobispo de Guatemala, desde el destierro, condenó la lectura de dos publicaciones sectarias: El Mala– cate y El Crepúsculo, pagadas por el gobierno. Ningún clé– rigo se atrevió a leer la condenación desde el púlpito. Un Viernes Santo, el P. Adoáin , ante un auditorio de unas 4.000 personas, leyó la condenación, haciendo comentarios a las frases calumniosas de los rotativos. El gobierno envió una carta al superior, P. Segismundo de Matará, exigiéndole la -17-

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