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misericordia», «Perdón, Señor, perdón», «Señor, pequé; ten misericordia de mí». O bien, haga un sencillo acto de amor a Dios, como éste que ha sa– lido de tantos labios humanos: «Dios mío, te amo». Si la agonía se prolonga y usted es consciente de su estado, repita interiormente esas jaculato– rias y ponga su suerte y su vida en las manos del Señor diciendo: «A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu.» - Lo malo es si uno se muere sin darse cuen– ta, sin tener siquiera un segundo de lucidez. - Por eso es tan recomendable, tan profun– damente humana al tiempo que sobrenatural y ca– ritativa, la oración por los agonizantes. Más que por los vivos, que están fuera de tan inminente pe– ligro, y que por los difuntos, que están penando en el purgatorio, es necesaria la oración por los ago– nizantes, para ayudarles a arreglar sus cuentas con Dios, a vencer los asaltos del enemigo y a disponer su alma a fin de dar con acierto el paso definitivo, del que va a depender su eterno porvenir. * * * Después de estos dos consejos de índole ge– neral a los gravemente enfermos o accidentados, me interesa también dar unas instrucciones o reco– mendaciones a cuantas personas, familiares o no, tengan que atenderlos y auxiliarlos. 1.ª) Si usted no está bien con Dios, recon- 98

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