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- ¿Qué les sucede a los peces? - Pero, hijo, ¿tú no has visto pescar peces? -Sí, señor. Si yo también los he pescado ... - Pues entonces habrás podido observar qué contentos se mueven los peces alrededor del an– zuelo, cuando ven el exquisito bocado que les ha puesto de cebo el pescador. Se lanzan a él con avidez, con frenesí y, cuando creen haber dado con el bocado más apetitoso de su vida, se encuen– tran con el aguijón de la muerte. Algo así les sucede a muchas, a muchísimas, personas. Se levantan alegres por la mañana, aca– riciando planes y proyectos. Se lanzan a la carre– tera con ilusión, corren y corren alegremente, sa– boreando ya de antemano la felicidad de las vaca– ciones o el éxito de la competición y, cuando menos lo pensaban, en la carretera A, en el kilómetro X, en la hora H... el tortazo inesperado y mortal. ¿Sal– do? Un número determinado de muertos y otro número determinado de heridos. - Pero es que esto, don Antonio, muchas veces no se puede evitar. - Efectivamente, muchas veces no se puede evitar, porque la prudencia del mejor conductor puede chocar contra la imprudencia o la locura de su colega del volante o contra los impondera– bles de la vida. Y es aquí, en este accidente que te acabo de describir, como en cualquier otro accidente de 92

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