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y de respiración artificial, logramos que recupera– ra lentamente el conocimiento y saliera del gra– vísimo peligro que corrió su vida. Pasado algún tiempo -no sé si varios meses– a mí se me ocurrió preguntarle: «¿Qué pensaste en el momento en que te. sentiste ahogar?». Y su respuesta, rápida y sincera, fue ésta: «Pues hacer un acto de perfecta contrición». A lo que yo insistí: «¿Y tuviste tiempo para ello?» El asintió diciendo: «Sí, Dios me dio el tiempo preciso». - ¿Y vive todavía Francisco Carvajal? - Sí, todavía vive. Y, por cierto, que es un excelente maestro en el arte de hacer y de enseñar a hacer a los demás el acto de perfecta contrición. - ¡Noble y maravilloso arte! - Pero más importante que aprender y do- minar las técnicas o el mecanismo del acto de per– fecta contrición, es llevar al convencimiento de las gentes la necesidad que tienen -Y tenemos todos- de estar siempre prevenidos, de vivir dis– cretamente avisados, de tener en regla nuestra documentación espiritual, de llevar el billete de la gracia de Dios siempre en la mano. - ¿Y si no se tiene ese billete y la muerte se presenta como el ladrón? - La muerte siempre o casi siempre se pre– senta como el ladrón, al menos para el interesado. Los familiares procuran engañarlo con un manojo de mentiras, pocas veces piadosas. Así tiene fiel 88

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