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mucho el acento en eso de «verdadera», cuando se habla de devoción, porque hoy todas las cosas, hasta las más santas, se adulteran, se falsifican o se desvirtúan con demasiada frecuencia y ligereza. Quizá podamos hablar de esto más largo en otra ocasión. * * * Y detrás de las semejanzas para demostrar que es relativamente fácil hacer un acto de per– fecta contrición -siempre contando con la ayuda de Dios- voy a referirte un hecho real e histórico, que viene a confirmarlo. Cuando yo era estudiante tenía un compañero que se llamaba Francisco Carvajal. Francisco Car– vajal era un muchacho bueno, si los hay por el mundo. Un día de Santa Clara, 12 de agosto, nos fuimos a bañar en un pintoresco rincón del mar Cantábrico, en costas santanderinas. Eramos nueve o diez compañeros y solamente uno sabía nadar bastante bien. El agua no nos llegaba por los hom– bros. Pero Francisco Carvajal debió resbalar o tro– pezar con alguna cosa; el hecho es que cayó para atrás y desapareció debajo de las aguas. Lo busca– mos afanosamente durante unos momentos angus– tiosos. Al fin -después quizá de dos minutos– uno logró tropezar con él y arrastrarlo tuera del agua. Estaba sin sentido, blanco, desencajado, los ojos de cristal. Mas, a tuerza de masajes al corazón 87

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