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- Mira, Juanito, te voy a decir una cosa muy importante, que quiero me entiendas muy bien. Es cierto que nadie se puede salvar sin el bau– tismo, es cierto que los que no son cristianos no están bauti~dos como tú o como yo, es cierto que la contrición perfecta, para ser válida, exige el deseo o propósito de confesarse; pero también es cierto que el bautismo, para perdonar el pecadc original, y la penitencia, para perdonar los pecados personales, se pueden recibir de hecho o sola– mente con el deseo. Por lo mismo, cuando esos infieles o no cris– tianos hacen un acto de perfecta contrición y tienen deseos de recibir estos sacramentos, reciben ya la gracia del bautismo y de la penitencia, aunque no se les haya echado todavía el agua sobre la cabeza ni hayan recibido la absolución. - Pero ahora me encuentro con otra dificul– tad todavía mayor, don Antonio. ¿Cómo pueden los no cristianos desear el bautismo o la penitencia, si no los conocen? Si yo no supiera que hay un arma que se llama revólver, jamás podría tener el deseo de poseerla. - Discurres muy bien, Juanito, discurres muy bien, a pesar de tus pocos años. Sin embargo esa dificultad tan tremenda que te parece haber en– contrado, tiene muy fácil solución. A ver si yo acierto a explicarme y tú logras entenderme. Mira. Nosotros podemos desear las cosas de dos maneras: de una manera clara y explícita o de 81
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