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- No es para menos. Las lágrimas de todos los hombres serían pocas para llorar, como se me– rece, la pasión y muerte de nuestro Señor Jesu– cristo. - Y el dolor de los pecados que brota de la meditación de la pasión y muerte de Jesús, ¿es de atrición o es de perfecta contrición? - Indudablemente, tiene mucho más de per– fecta contrición que de atrición. ¿Qué dolor puede haber más puro y más perfecto que el de sentirnos reos de haber ofendido al AMOR, como lo llama San Juan? Cristo-Dios es el AMOR que por nues– tro amor, es decir, por nuestra salvación, nos dio la prueba máxima de amor, muriendo de amor y de dolor por nosotros. Por eso, yo no encuentro una reflexión más apropiada para ablandar los corazones más endu– recidos y arrancar de ellos actos de perfectísima contrición, que la de la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo. - Lo que parece difícil, por lo menos para mí, es distinguir el dolor de atrición del dolor de perfecta contrición. Poco entiendo de joyas y de piedras preciosas, pero creo que distinguiría me– jor un topacio de una esmeralda o un rubí de una amatista que los dolores de atrición y de perfecta contrición. - Veo, Juanito, que, con una voluntad más preciosa que esas perlas, estás confundiendo dos cosas diferentes. Lo difícil no es distinguir el do– lor de atrición del dolor de perfecta contrición. Lo 67

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