BCCCAP00000000000000000001351

mano que rebasa las fronteras de nuestra humana comprensión. Ciertamente, el misterio de la cruz es miste– rio de dolor; pero es, todavía más, misterio de amor. Lo ha dicho el propio Jesucristo: «Nadie demues– tra más amor que el que da la vida por aquel que ama.» Y Cristo ha dado su vida y su sangre por nosotros, por nuestro amor. El, Dios verdadero, se ha anonadado, ha tomado forma de esclavo, ha cargado con todos nuestros delitos y, libremente, se ha ofrecido a su Padre, como hostia viva, como víctima propiciatoria por nuestra redención. El verdugo de Cristo ha sido el amor. Un amor excesivo, un amor sin medida es el que le ha su– bido al altar de la cruz y le ha sujetado con tres clavos para morir allí sacrificado, degollado, como manso cordero, cbn la muerte más cruel, más do– lorosa, más afrentosa que entonces se conocía. Pero no vamos nosotros ahora a recorrer uno a uno los pasos dolorosos de la pasión y muerte de Jesús. Se nos haría tarea demasiado larga y, por otra parte, creo que tú los conoces ya bastante bien. ¿No es verdad, Juanito? - Bueno, sí. En Semana Santa oí predicar varias veces de la pasión del Señor. También la leí una vez, no sé si fue por el evangelio de San Lucas o de San Mateo. Lo que mejor recuerdo es que, siendo yo muy pequeño, comenzó a contarme la pasión del Señor mi propia madre. Y era tanto lo que se emocionaba, que no podía contener las lágrimas. 66

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz