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de El eternamente. Pero este poco que sabemos es suficiente para afirmar, sin miedo a equivo– carnos, que la felicidad del cielo es incomparable– mente superior a toda la felicidad junta de la tierra. Aquella es realidad, ésta es sombra. Aquella es luz, ésta es tinieblas. Aquella es gozo y descanso, ésta es turbación y angustia. En su primera carta a los corintios dice San P'ª-blo: «Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni cabe en la mente del hombre compren– der lo que Dios tiene preparado para los que le aman.» Del INFIERNO podemos decir algo parecido, pero en sentido contrario. El infierno es la reunión de todos los males, como el mar es la reunión de todas las aguas. Si lo esencial de la gloria del cielo es)a posesión de Dios, lo esencial de la pena del infi'erno es el apartamiento de Dios. Y esto no por un tiempo larguísimo de miles de billones de años -al fin, tiempo limitado- sino por siempre, por toda la eternidad. Por toda la eternidad ... dolor, llanto, rabia, desesperación, sin la más ligera som– bra de esperanza. - Esta consideración sobre el cielo y sobre el infierno, ¿qué clase de arrepentimiento produce, de atrición o de perfecta contrición? - Cae de su peso, Juanito, que estas verda– des están llamadas a engendrar, primordialmente, sentimientos de temor de Dios: el infierno, porque infunde terror, y el cielo porque, junto con la espe– ranza y la alegría de poder poseerlo, encierra tam– bién el gusanillo del miedo de no llegar a conquis- 64
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