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La contrición perfecta, por su propia natura– leza, conduce siempre al perdón y a la salvación. La atrición puede conducir al perdón, si desem– boca en el sacramento de la penitencia; pero también puede conducir a la desesperación, si se alía con el orgullo. - ¿Hay para todo esto algún ejemplo o com– paración apropiada? - Claro que lo hay. Típico y aleccionador es el caso del arrepentimiento de Judas y San Pedro. Tú sabes que los dos pecaron gravemente, los dos reconocieron su pecado, los dos se arrepintieron de verdad; pero ¡de qué forma tan distinta, Señor! San Pedro se duele en el alma de haber dis– gustado a su Maestro, a quien amaba de todo co– razón, y sus ojos se convierten en dos fuentes de lágrimas, que le lavan, le purifican de sus culpas. Judas también se arrepiente, también él reconoce la enormidad de su pecado; pero no confía en el perdón. La desconfianza mezquina, por un lado, el orgullo luciferino, por otro, se dan cita en su co– razón para empujarlo a la desesperación y poner el dogal en su garganta. - ¿Qué hubiera pasado, si Judas se hubiera humillado y hubiera pedido perdón a Jesús? - Yo no dudo que le hubiera pasado lo mismo que a San Pedro. Jesús le hubiera perdonado y hubiera llegado a ser un apóstol más de los que veneramos en los altares. 61
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