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- Pues mira, rectitud de intención quiere de– cir que en todas las obras que nos propongamos hacer y en todas las que llevemos a la práctica, busquemos, persigamos, como fin primario y prin– cipal, la mayor gloria de Dios. - ¡Ah!, ya. ¿Y qué aplicación tiene lo del jardín? -Algo muy parecido a lo del trigo. Lo que hay que hacer para producir muchas y buenas obras, eso, más o menos, hay que hacer para que las vir– tudes teologales, las morales y los dones del Es– píritu Santo se desarrollen, desplieguen sus co– rolas y formen en nuestra alma un jardín delicioso. Sí, un jardín encantador, que constituya las delicias de nuestro Padre Celestial por la variedad de sus colores y la exquisitez de sus perfumes. - Y, ¡qué pena da, don Antonio, pensar que todo esto se pueda perder ... ! - Sí, hijo, sí. Es una verdadera pena y, ade– más, una horrible desgracia. Todo esto se puede perder y de he9ho se pierde muchas veces. ¿Por qué? Por una tóntería, por una insensatez, por un capricho estúpido, por una rebelión contra Dios ... Por todo lo que es PECADO MORTAL. - ¿Por qué los hombres no tendrán más miedo al pecado mortal? - Eso mismo me pregunto yo muchas veces. Será porque son pocos los que piensan en las con– secuencias que el pecado mortal tiene para ellos. Ya nos lo tiene advertido el Espíritu Santo por boca 50
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