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trará nada manchado y que el pecado original solo no llevará a nadie a la desesperación eterna. * * * Siendo todo esto verdad y siendo tan grande la misericordia de Dios, como sabemos por el Evan– gelio y por la Historia de la Iglesia, ¿no te parece, Juanito, que se esponja el corazón y se ensanchan los pulmones? Yo estoy observando en tí que vas recuperando el color. - Ciertamente, don Antonio; estoy sintiendo un alivio y un descanso. Hasta me parece respirar mejor. - Pues todavía no hemos terminado. Es ver– dad de fe que el que muere en pecado mortal per– sonal se condena eternamente. Pero podemos preguntarnos: «¿Es fácil y frecuente cometer pe– cados mortales?». Si nos fijamos solamente en la materialidad de la ley, cuya grave transgresión constituye pecado mortal, tendremos que concluir que la mayor parte de los hombres viven empeca– tados, que viven habitualmente en desgracia de Dios. Pero, si penetramos en el fuero de la con– ciencia y sopesamos los condicionamientos huma– nos, sicológicos, fisiológicos, etnológicos, here– ditarios, etc., que influyen y actúan en la verifica– ción del acto humano, es posible que lleguemos a la conclusión de que no son tantos los pecados mortales que se cometen. Esto sin pretender llegar al extremo de des- 27

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